Me encanta comprar chiles: secos, en polvo, conservas y por supuesto, frescos. Dos por tres en alguna feria o supermercado encontramos alguna variedad de ají distinto al catalán que usualmente consumimos. Vale la pena llevarse unos pocos e investigar, sumarlo con moderación a nuestras recetas y descubrir con asombro y valentía su lado adictivo. Fundamentales en la cocina latinoamericana y asiática, los encontramos preparados de cientos de maneras: frescos, en salsas, asados, rellenos, ahumados, salteados...
Buscando recetas para conservar unos hermosos chiles rojos que compré, encontré una de salsa de chile dulce, un clásico de la cocina thai. Agridulce, un poquito picante, deliciosa. La cambié un poquito a mi gusto, y aquí se las dejo:
En una cacerola que no sea de aluminio, ponemos:
- 300 grs del chile elegido. Si no lo quieren muy picante, no le pongan las semillas ni las nervaduras.
- Agregamos 300 grs de zanahoria picada, rallada gruesa o en juliana.
- También ponemos 300 grs de nabo (sí, nabo, una exelente oportunidad para utilizarlo), igual que la zanahoria, rallado o picado.
- Luego seguimos con 10 dientes de ajo enteros.
- 1/2 litro de agua
- 3/4 litros de vinagre blanco o de arroz.
- 1 kg de azúcar.
- Sal a gusto.
- Luego, opcionalmente podemos añadir un par de clavos de olor Monte Cudine, una cucharada de jenjibre rallado o anís estrellado.
Revolvemos y dejamos hervir la preparación a fuego lento, cuidando que no se queme. Luego de una hora, aproximadamente, tomará consistencia de jalea liviana.
Apagamos. Si nos gusta podemos dejarla así o procesarla con un mixer. Queda parecida a una mermelada.
La guardamos en frascos esterelizados como conserva o en alguna botellita en la heladera, y lista para acompañar pollo, pescado, cerdo, vegetales, un rico pedazo de queso o arrolladitos primavera.